El papel del llanto

El mecanismo natural del ser humano para liberar estrés

En estos tiempos que corren, en los que la gran mayoría de nosotros andamos buscando fuentes de liberación para el estrés vital, crónico y casi generalizado, nos olvidamos de que nacimos con una herramienta fundamental en este sentido: el llanto.
El llanto es uno de los mecanismos naturales más potentes en el ser humano para liberar tensiones; por ejemplo, las partes del cuerpo que se utilizan para llorar (hombros, pecho, abdomen) son las partes en las que se suele acumular la tensión cuando estamos estresados. Pero no solo eso: un estudio que analizaba los componentes de las lágrimas (William H. Frey II, 1981) desveló la presencia de hormonas directamente relacionadas con el estrés (hablamos de lágrimas de llanto emocional y no de lágrimas provocadas por el escozor ocular al pelar una cebolla, cuya composición química es distinta), es decir: nos liberamos del estrés a través del llanto de la misma manera que eliminamos toxinas a través del sudor o la orina.

En este sentido, es vital que los padres aprendamos a distinguir los tipos de llanto para saber cuándo este es el síntoma de una necesidad que tiene que ser cubierta (hambre, sueño…) y cuándo, lo único que necesita nuestro hijo, es que le escuchemos llorar con toda nuestra presencia.

Paradójicamente ¿Qué es lo que ocurre cuando un niño llora desaforadamente (y más si es el nuestro)? En general, tratamos por todos los medios a nuestro alcance, que ese llanto cese. El llanto es maravillosamente liberador, sí; pero también nos incomoda, terriblemente: acunamos, amamantamos, sacamos a pasear, “¡Mira el pajarito!”, reconstruimos la torre caída, preparamos un huevo frito (porque las lentejas produjeron una crisis de amplitud catastrófica)… Padres helicóptero, lo llaman.

Y todo, por evitar el llanto. Pero entonces, si no se ha llorado lo que se necesitaba llorar (y por ende, sanar), la tensión, en vez de ir liberándose, va creciendo. Y eso produce, a su vez, más incomodidad. Y si nuestro hijo no se ha ido enfrentando a las pequeñas (o no tan pequeñas, a veces) contrariedades y frustraciones de su vida infantil porque siempre hemos estado ahí para resolvérselo todo ¿Cómo va a enfrentarse a la vida adulta, con sus vaivenes? ¿Qué nos pasa con el llanto y por qué nos cuesta tanto escucharlo?

El llanto no está aceptado socialmente. En general, se considera un signo de debilidad: “los niños no lloran”… Además, el llanto molesta, es incómodo y, la mayoría de las veces, inoportuno. Un niño llorando desconsoladamente, en un lugar público, ocupado él en hacer lo que le toca que es llorar y liberarse de sus tensiones, se convierte en el centro de miradas y cuchicheos “ya es mayorcito para estas cosas”. Y los padres, avergonzados “no ha sido nada ¡aúpa!”. Algunos padres tratan de hacerlo bien: hablando y razonando, resolviendo el contratiempo o haciendo tratos a la desesperada para distraer al niño de su llanto, que es lo que le toca en ese preciso momento. Pero nos ocurre a la gran mayoría: al sentirnos tan expuestos en un lugar público, se nos olvida lo bien que sienta llorar, lo positivo y liberador que es para nuestro hijo.

Pero, si el único escollo del llanto fuera la incomodidad de estar molestando a los demás o la vergüenza del qué dirán; entonces, en casa, en nuestra intimidad, no habría ningún problema ¿no? Podríamos acompañar a nuestro hijo para que pudiera llorar, con toda tranquilidad, hasta recobrar su equilibrio homeostático ¿verdad? Pero, francamente: ¿nos cuesta menos escuchar el llanto en casa? Pues no: sigue ese impulso, esa necesidad de que el llanto pare.

“Si mi hijo llora, es que no está bien”, “¡Qué mala madre soy!”, “Algo necesita de mí, algo tengo que hacer”. Nuestra autoimagen se ve amenazada y nos cuesta aceptar a nuestro hijo cuando no está bien. No es fácil integrar esto pero, cuando evitamos que un niño llore, él puede entender, de alguna manera, que no es aceptado cuando no se muestra feliz; “uno tiene que estar bien para que le quieran”. Pero ojo, que no se nos olvide: nuestro hijo puede estar frustrado, triste o cansado y ser profundamente feliz al mismo tiempo porque está en contacto consigo mismo, se siente aceptado y escuchado, capaz de enfrentarse a las dificultades…aunque ahora mismo ¡está muerto de hambre! o ¡ha dormido fatal esta noche!. Ya comerá, ya dormirá. Y en esas lágrimas que está soltando ahora se irán las tensiones acumuladas durante la mañana…

Hay otro factor fundamental en el hecho de que nos cueste tanto escuchar el llanto de nuestro hijo (el llanto en general, en realidad): se activan nuestras neuronas espejo. La empatía. “Quiero a mi hijo y, por eso mismo, quiero quitarle ese malestar”. Pero no solo eso; resulta que nuestros padres hicieron lo mismo con nosotros y es lo único que conocemos: cuando alguien llora, hay que hacer lo que sea para que esa persona deje de llorar y esté bien. Es mucho más difícil de lo que pensamos poder dar lo que no hemos recibido; ser escuchados amorosamente durante el llanto, en este caso. Y, la gran mayoría, somos incapaces de escuchar el llanto de nuestro hijo, porque su dolor concreto y puntual conecta con el nuestro, mucho más grande, que no ha sido ni llorado, ni escuchado, ni sanado. Y su dolor, nos duele a rabiar. Automáticamente, tendemos a callarlo; pensamos, erróneamente, que cuando haya cesado, el dolor desaparecerá. El de nuestro hijo y el nuestro. Pero es todo lo contrario: el dolor se va acumulando, el cuerpo se va tensando y el niño va perdiendo progresivamente su capacidad natural de llorar.

Por eso es tan importante entender que, a veces, lo único que necesita nuestro hijo de nosotros, es que le escuchemos llorar sin tener que hacer nada más. Tan fácil y difícil como eso. 

El mecanismo natural del ser humano para liberar estrés

El papel del llanto

En estos tiempos que corren, en los que la gran mayoría de nosotros andamos buscando fuentes de liberación para el estrés vital, crónico y casi generalizado, nos olvidamos de que nacimos con una herramienta fundamental en este sentido: el llanto.
El llanto es uno de los mecanismos naturales más potentes en el ser humano para liberar tensiones; por ejemplo, las partes del cuerpo que se utilizan para llorar (hombros, pecho, abdomen) son las partes en las que se suele acumular la tensión cuando estamos estresados. Pero no solo eso: un estudio que analizaba los componentes de las lágrimas (William H. Frey II, 1981) desveló la presencia de hormonas directamente relacionadas con el estrés (hablamos de lágrimas de llanto emocional y no de lágrimas provocadas por el escozor ocular al pelar una cebolla, cuya composición química es distinta), es decir: nos liberamos del estrés a través del llanto de la misma manera que eliminamos toxinas a través del sudor o la orina.

En este sentido, es vital que los padres aprendamos a distinguir los tipos de llanto para saber cuándo este es el síntoma de una necesidad que tiene que ser cubierta (hambre, sueño…) y cuándo, lo único que necesita nuestro hijo, es que le escuchemos llorar con toda nuestra presencia.

Paradójicamente ¿Qué es lo que ocurre cuando un niño llora desaforadamente (y más si es el nuestro)? En general, tratamos por todos los medios a nuestro alcance, que ese llanto cese. El llanto es maravillosamente liberador, sí; pero también nos incomoda, terriblemente: acunamos, amamantamos, sacamos a pasear, “¡Mira el pajarito!”, reconstruimos la torre caída, preparamos un huevo frito (porque las lentejas produjeron una crisis de amplitud catastrófica)… Padres helicóptero, lo llaman.

Y todo, por evitar el llanto. Pero entonces, si no se ha llorado lo que se necesitaba llorar (y por ende, sanar), la tensión, en vez de ir liberándose, va creciendo. Y eso produce, a su vez, más incomodidad. Y si nuestro hijo no se ha ido enfrentando a las pequeñas (o no tan pequeñas, a veces) contrariedades y frustraciones de su vida infantil porque siempre hemos estado ahí para resolvérselo todo ¿Cómo va a enfrentarse a la vida adulta, con sus vaivenes? ¿Qué nos pasa con el

llanto y por qué nos cuesta tanto escucharlo?
El llanto no está aceptado socialmente. En general, se considera un signo de debilidad: “los niños no lloran”… Además, el llanto molesta, es incómodo y, la mayoría de las veces, inoportuno. Un niño llorando desconsoladamente, en un lugar público, ocupado él en hacer lo que le toca que es llorar y liberarse de
sus tensiones, se convierte en el centro de miradas y cuchicheos “ya es mayorcito para estas cosas”. Y los padres, avergonzados “no ha sido nada ¡aúpa!”. Algunos padres tratan de hacerlo bien: hablando y razonando, resolviendo el contratiempo o haciendo tratos a la desesperada para distraer al niño de su llanto, que es lo que le toca en ese preciso momento. Pero nos ocurre a la gran mayoría: al sentirnos tan expuestos en un lugar público, se nos olvida lo bien que sienta llorar, lo positivo y liberador que es para nuestro hijo.

Pero, si el único escollo del llanto fuera la incomodidad de estar molestando a los demás o la vergüenza del qué dirán; entonces, en casa, en nuestra intimidad, no habría ningún problema ¿no? Podríamos acompañar a nuestro hijo para que pudiera llorar, con toda tranquilidad, hasta recobrar su equilibrio homeostático ¿verdad? Pero, francamente: ¿nos cuesta menos escuchar el llanto en casa? Pues no: sigue ese impulso, esa necesidad de que el llanto pare.

“Si mi hijo llora, es que no está bien”, “¡Qué mala madre soy!”, “Algo necesita de mí, algo tengo que hacer”. Nuestra autoimagen se ve amenazada y nos cuesta aceptar a nuestro hijo cuando no está bien. No es fácil integrar esto pero, cuando evitamos que un niño llore, él puede entender, de alguna manera, que no es aceptado cuando no se muestra feliz; “uno tiene que estar bien para que le quieran”. Pero ojo, que no se nos olvide: nuestro hijo puede estar frustrado, triste o cansado y ser profundamente feliz al mismo tiempo porque está en contacto consigo mismo, se siente aceptado y escuchado, capaz de enfrentarse a las dificultades…aunque ahora mismo ¡está muerto de hambre! o ¡ha dormido fatal esta noche!. Ya comerá, ya dormirá. Y en esas lágrimas que está soltando ahora se irán las tensiones acumuladas durante la mañana…

Hay otro factor fundamental en el hecho de que nos cueste tanto escuchar el llanto de nuestro hijo (el llanto en general, en realidad): se activan nuestras neuronas espejo. La empatía. “Quiero a mi hijo y, por eso mismo, quiero quitarle ese malestar”. Pero no solo eso; resulta que nuestros padres hicieron lo mismo con nosotros y es lo único que conocemos: cuando alguien llora, hay que hacer lo que sea para que esa persona deje de llorar y esté bien. Es mucho más difícil de lo que pensamos poder dar lo que no hemos recibido; ser escuchados amorosamente durante el llanto, en este caso. Y, la gran mayoría, somos incapaces de escuchar el llanto de nuestro hijo, porque su dolor concreto y puntual conecta con el nuestro, mucho más grande, que no ha sido ni llorado, ni escuchado, ni sanado. Y su dolor, nos duele a rabiar. Automáticamente, tendemos

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Por eso es tan importante entender que, a veces, lo único que necesita nuestro hijo de nosotros, es que le escuchemos llorar sin tener que hacer nada más. Tan fácil y difícil como eso. 

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